Testigo de las cosas buenas y de las no tan chéveres, las que duelen, oculto en su oscuridad, en su propio cuerpo, desapercibido, pero testigo, al fin y al cabo cómplice de todas las conversaciones importantes, incluso de las más personales, de las que no se dicen en voz alta, de las que se tienen con uno mismo, de las relevantes.
Pulcro, con buen aroma, intrínseco, orgulloso de sus raíces, filtrado, pero sin filtro para mostrarnos lo que realmente queremos y buscamos; seguramente estamos de acuerdo: el café es un infiltrado en nuestras vidas.